martes, 25 de enero de 2011

Sleep...!

Abrió los ojos y lo encontró durmiendo a su lado, sonrió tenuemente antes de besarle la frente.
Era la primera noche que lo hacían, el acostarse a dormir en la misma cama, y ella lo llevaría clavado en las pupilas para siempre.
Aquella casa era su hogar, el primer sitio donde convivían sin la jurisdicción paterna, los dos juntos, compartiéndolo todo.
Cualquiera afirmaría que estaban enamorados, eran parte el uno del otro, como un puzzle donde cambiando las piezas es imposible su realización.
La palabra "amor" se le había hecho enorme en la boca, y sin embargo ahora la usaba con tal franqueza y soltura que el miedo no tenía cabida en aquellas paredes.
Lo primero que compartieron fueron unos cachorros, dos pastores alemanes que cumplirían las funciones de guardianes como ella siempre lo había soñado.

Los años pasaron, más de cinco para ser exactos y parecía que el mundo les había sonreído.
Ella despegó con su carrera musical, y tal vez por ello cambiaron de casa, a un chalé con jardín para los cachorros que ya no eran ningunos cachorros.

El amor podría haber sido su único alimento durante todo aquel tiempo, sus miradas aunque deberían haberse enfriado con el paso de los años tan solo se avivaron más y más hasta que estar cerca de ellos significaba entender realmente lo que era ser feliz.

A tal llegó su amor que solo les quedaba una cosa por hacer, en la que ella jamás creyó, y en la que él creyó demasiado en su momento.

Una noche de tantas planearon una cena entre amigos, que nunca faltaron ni cambiaron, que siempre estuvieron ahí para compartirlo todo, y él, entre risas y miradas conocidas ancló la rodilla al suelo pidiéndole lo único que le faltaba por ser entregado.

Y ya no hubo más miedos, ni más quizás, ni más nuncas.

Y tal vez ese fue el mejor principio y final para una historia.

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