Aquella era una mañana terriblemente fría y gris, Liz, que se encontraba sentada con los pies sumergidos en el lago de las lágrimas esperaba pacientemente a que el sol desease salir aquel día.
Pero cada vez más y más nubes moradas y tormentosas se cernían sobre su pequeña casita.
A su lado, el silencioso Badfeel miraba el rostro abatido de la pequeña mientras buscaba con sus pequeños ojos de espantapájaro la manera de hacerla sonreír.
Sin embargo, debido a su falta de voz, difícil era arrebatarle una sonrisa a quien cree que todo se ha perdido.
Fue entonces cuando los Laranjos de color comenzaron a florecer, y de repente sus maravillosos capullos se convirtieron en peras, moras, melones, fresas,... de aquellos enormes y extraños árboles comenzaron a madurar las más variopintas frutas y a Liz se le encendieron los ojos, porque era la primera vez que lograba ser partícipe de tan hermoso momento.
Un débil rayo de luz atravesó la espesura de los árboles y fue filtrando su ambarino calor hasta la niña y su mudo acompañante, en cuanto aquellos colores rozaron el agua algunas docenas de sirenas comenzaron sus cánticos, saltos y festejos.
La primavera había llegado, el frío se despedía al fin del Reino de lo Absurdo.
La mejor demostración de ello fueron los enormes mosquitos que vinieron aquella tarde a tomar el té en casa de Liz, y como su tiovivo interior volvía a girar siendo el disfrute de todos sus vecinos.
Badfeel pudo volver a su lugar, ante la casa de la bruja con ojos de hielo, y hasta a ella le llegó la primavera...cuando el espantapajaros vio aquellos ojos negros, descubrió que el glacial de su corazón había terminado por derrumbarse calentado por la pena, y él estuvo ahí para socorrerla de las olas que formó su tristeza, impidiendo que se ahogara entre dolorosos recuerdos.
Tal vez aquella horrible mujer le había convertido en lo que era ahora, pero siempre le debería el haberle hecho comprender que no importa la apariencia, sino la lucha, y tan solo ese favor se merecía en aquellos momentos una mano amiga.
La primavera había llegado...y no solo a las casas, a los Laranjos, a la colina de la sonrisa sincera o a los campos de piruleta y gominola, también aquel calor había alcanzado los corazones de sus habitantes, convirtiendo de nuevo el capullo en flor.
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