martes, 22 de marzo de 2011

Como arañandole

"Quiero una sonrisa que dure eternamente, un instante con el -para siempre- sellando mis labios"

Marta había pasado una de esas noches inolvidables, bailando hasta necesitar un trago, sonriendo hasta desear un momento de calma, dejándose llevar como hacía mucho tiempo que no podía hacerlo.
Y entonces la noche comenzó a brillar, como si las estrellas supiesen algo que ella ignoraba totalmente.
En la vuelta a casa con Victor las miró ansiosa, esperando que le susurrasen que era aquello que se estaba perdiendo, la luna, enorme aquella noche parecía recelosa con su secreto y se ocultó tenuemente tras unas finas nubes.
Entonces fue cuando él la hizo sentar delicadamente en uno de los bancos que había junto a su casa, y clavando una rodilla al suelo le regaló una sonrisa incluso más enigmática y brillante que aquellas enormes bolas de fuego que ahora se disponían a disfrutar de las palabras que formularía su caballero nocturno.
Y como en un sueño, como una anticipación de sus ideales más secretos las palabras más hermosas que escucharía jamás tiñeron el aire con un olor a violetas y vainilla.
-Cásate conmigo-
Dos palabras, y habían conseguido helar el corazón de Marta en un plumazo, tan solo trece letras y el mundo parecía haberse parado para empujarla a seguir soñando.
No sabía si lanzarse a sus brazos y susurrarle que si, que era lo que más deseaba, o si por el contrario debía decírselo rotundamente antes de moverse para no causarle temores o malos entendidos.
Sin embargo, tal y como el mar es azul, la respuesta era obvia, y tan solo las espías nocturnas supieron el desenlace de tan sorprendente episodio.

Solo pudieron desvelar, que es verdad, que el amor se puede hallar en cualquier lugar.
Incluso en un bar.

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